Hablemos de uno de los elementos menos bonitos del fútbol, las lesiones. Son, en general, situaciones en las que nos encerramos en nosotros mismos, nos venimos abajo y nos planteamos si merece la pena tanto sufrimiento. Ponemos en duda la famosa frase “El fútbol te da mucho” y pensamos que es bastante más lo que te quita que lo que te da. En vez de con dolores, rehabilitaciones u operaciones, desearíamos estar corriendo, luchando y celebrando sin preocupaciones.

Además de las lesiones, existen otros momentos de frustración como cuando el entrenador nos sustituye en mitad del partido o cuando ni siquiera te convoca durante varias semanas consecutivas. Encontramos también, ejemplos del día a día en los que no todo sale bien a la primera como cuando nuestro jefe exigente nos obliga a repetir el trabajo entregado, o incluso en el amor, donde las adversidades han de ser gestionadas y donde no todo es sencillo ni cómodo.

Todos hemos sentido esa rabia y primer instinto de dejarlo todo a las primeras de cambio por el gran enfado que llevamos dentro. En general y para muchas cosas, quisiéramos una trayectoria lineal de éxito sin sufrimiento, pero… ¿alcanzaríamos así nuestra máxima satisfacción?

 

CUENTO JORGE BUCAY

 

“Un hombre entra en una zapatería, y un amable vendedor se le acerca:

 

  • ¿En qué puedo servirle, señor?
  • Quisiera un par de zapatos negros como los del escaparate, del treinta y nueve.
  • Disculpe, señor. Hace veinte años que trabajo en esto y su número debe ser un cuarenta y uno. Quizás un cuarenta, pero no un treinta y nueve.
  • Un treinta y nueve, por favor.
  • Disculpe, ¿me permite que le mida el pie?
  • Mida lo que quiera, pero yo quiero un par de zapatos del treinta y nueve.

 

El vendedor saca del cajón ese extraño aparato que usan los vendedores de zapatos para medir pies y, con satisfacción, proclama «¿Lo ve? Lo que yo decía: ¡un cuarenta y uno!».

 

  • Dígame: ¿quién va a pagar los zapatos, usted o yo?
  • Usted
  • Entonces, ¿me trae un treinta y nueve?

 

El vendedor, entre resignado y sorprendido, va a buscar el par de zapatos del número treinta y nueve.

 

  • Señor, aquí los tiene: del treinta y nueve, y negros.
  • ¿Me da un calzador?
  • ¿Se los va a poner?
  • Sí, claro.
  • ¿Son para usted?
  • ¡Sí! ¿Me trae un calzador?

 

El calzador es imprescindible para conseguir que ese pie entre en ese zapato. Después de varios intentos y de ridículas posiciones, el cliente consigue meter todo el pie dentro del zapato.

 

Entre gruñidos camina algunos pasos sobre la alfombra, con creciente dificultad.

 

  • Está bien. Me los llevo.

 

Al vendedor le duelen sus propios pies sólo de imaginar los dedos del cliente aplastados dentro de los zapatos del treinta y nueve.

 

  • ¿Se los envuelvo?
  • No, gracias. Me los llevo puestos.

 

El cliente sale de la tienda y camina, como puede, las tres manzanas que le separan de su trabajo. Trabaja como cajero en un banco.

 

A las cuatro de la tarde, después de haber pasado más de seis horas de pie dentro de esos zapatos, su cara está desencajada, tiene los ojos enrojecidos y las lágrimas caen copiosamente de sus ojos.

 

Su compañero de la caja de al lado lo ha estado observando toda la tarde y está preocupado por él.

 

  • ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?
  • Son los zapatos.
  • ¿Qué les pasa a los zapatos?
  • Me aprietan.
  • ¿Qué les ha pasado? ¿Se han mojado?
  • Son dos números más pequeños que mi pie.
  • ¿De quién son?
  • Míos.
  • No te entiendo. ¿No te duelen los pies?
  • Me están matando, los pies.
  • ¿Y entonces?
  • Te explico -dice, tragando saliva-. Yo no vivo una vida de grandes satisfacciones. En realidad, en los últimos tiempos, tengo muy pocos momentos agradables.
  • ¿Y?
  • Me estoy matando con estos zapatos. Sufro terriblemente, es cierto… Pero, dentro de unas horas, cuando llegue a mi casa y me los quite, ¿imaginas el placer que sentiré? ¡Qué placer, tío! ¡Qué placer!”

 

Jorge Bucay traslada en este cuento, aunque con cierta exageración, el mensaje de que a veces es necesario pasar por malos momentos para poder valorar aún más los buenos. El deporte te obliga a experimentar el sacrificio, la superación, la resiliencia y a lidiar con la decepción, la desilusión o el fracaso. Todas estas situaciones pueden verse como impedimentos o como herramientas que ayudan tanto en el juego como en la vida real.

Yo quiero un entrenador difícil, quiero un jefe difícil, quiero un amor difícil, quiero un deporte difícil… porque se que cuando consiga sacar algo positivo, lo disfrutaré mucho más que si no me hubiese costado nada. Muchos coinciden en que lo bonito de un objetivo logrado no es el propio objetivo sino el camino que nos ha llevado a ello.

Entiendo que un proceso con dificultades te da la opción de superarte y poder exprimir al máximo la sensación de satisfacción final, todo depende de tu perspectiva: “abraza el dolor, es parte del camino”.

 

¿LESIONES? ¡LECCIONES!